miércoles, 19 de noviembre de 2008

Entrevistas

Relato de Viaje – por Sara Stradioto (graduada en Letras-Español por la UFMG)

¿Querés un criollito?
Bueno. ¿De qué te llamás?
Sara, ¿y vos?
María.
¿Cuántos años tenés, María?
Nueve. ¿A dónde vas a trabajar?
A Bolivia voy. ¿Y vos?
A Mendoza. ¿Qué hacés?
Yo soy traductora.
¿Traductora?
Sí. Leo textos en mi lengua, que es el portugués, y escribo la misma cosa en tu lengua, el español. Esto se llama “traducir”. ¿Vos sabés leer?
No, pero sé cortar tomates.


El diálogo de María y Sara es una importante herramienta en la enseñanza de E/LE. Muchos profesionales de la lengua sugerirán propuestas de trabajo a partir de los ejemplos de voseo y dequeísmo. Otros, en cambio, centrarán sus análisis en aspectos geográficos, ubicando a sus alumnos la provincia de Mendoza y el territorio boliviano con relación al argentino. También habrá aquellos que introducirán el elemento “criollo” en el apartado del libro que trata de los alimentos, bien como los que provocarán una reflexión en sus alumnos sobre los problemas del trabajo infantil, el analfabetismo o incluso el peso que los gobiernos actuales le dan al tema de la educación primaria.
Esta breve charla tuvo lugar el mes de noviembre del 2007 durante uno de los viajes que realicé por Suramérica. En julio de este año fui a Córdoba (Argentina) a través de un programa de intercambio entre mi universidad (UFMG) y la Universidad Nacional de Córdoba (UNC): yo pasaría un semestre lectivo en el país extranjero mientras que recibiríamos a un estudiante argentino para ocupar mi plaza durante ese periodo.
Mi primer mes en el país de nuestros hermanos no fue una experiencia merecedora de elogios. Entre las situaciones vivenciadas, destaco el frío al que yo no estaba acostumbrada, 14 desconocidos con los que yo tenía que compartir piso (siete brasileños, cinco mexicanos y dos argentinos), las cucarachas que habitaban la cocina desde algún tiempo y no querían dejar su hogar, la comida bastante diferente de la que me hacía mi mamá y una gente no muy dispuesta a sonreír sólo porque venías de otra parte. Resulta que llegó el primer día de clase, y no encontré el aula. Llegó el segundo día de clase, y no fue la profe. Llegó el tercero, y allí estaba yo, emocionada, ansiosa, gustosa de estar en un ambiente académico distinto del mío – sensaciones que no tardarían mucho en pasar.
En el segundo mes descubrí algunos placeres argentinos, como los alfajores, el asado, el mate, los boliches y, claro, los argentinos. Empecé incluso a quererles a las cucarachas – en ese entonces ya habíamos encontrado una forma de convivir armónicamente.
Por las ironías que ese destino nos proporciona, no sé si por suerte o azar (todavía me pregunto sobre esto) me tocó el paro. A uno nunca se le ocurre la posibilidad de no tener clase cuando se va al extranjero a estudiar. Pero sí, paros existen en todas partes y todavía no se ha publicado manuales de “qué hacer cuando no hay nada que hacer”.
Yo inventé el mío, y fui a Mendoza. Conocí las vinícolas, paseé por esa hermosa ciudad y después tomé un colectivo a Chile. Cruzar la Cordillera de los Andes por tierra es una de las sensaciones más intensas que he tenido en mi vida, es como si ella nos apretara con sus brazos fríos y blancos, y poco a poco vas cediendo a su poder. En Santiago sentí que yo no hablaba español y que todos los años dedicados a la lengua podrían tirarse a la basura. Pero poco a poco fui aprendiendo las particularidades de esa nueva lengua. En Chile me monté en una llama muy simpática: se llamaba Juan Pablo, tenía novia, estaba en venta y no escupía. La verdad es que Juan Pablo no me llevó a ningún lado, no más se le monté para sacar una foto y contárselo a los demás. También conocí las casas de Pablo Neruda, bailé la cueca y comí muchas empanadas de pino – nada excepcional, sino lo único que el dinero alcanzaba.
Volví a Córdoba juntamente con la vuelta de los profesores. La emoción del ambiente académico ya no era tan intensa, pero aún resistía. Tampoco duró mucho ya que, después de dos semanas, nos tocó otro paro. Y ya sabía qué hacer: quería conocer la Patagonia. Así, viajé al sur del mundo, y sentí que yo también acabaría allí. Había poca gente, poco ruido, poco movimiento - y una naturaleza espectacular.
Pero volví, aún tenía esperanzas de rendir alguna materia. Pero ahora ustedes ya saben lo que pasó, y entonces iré directamente al tercer paro y a mi viaje al norte de Argentina. Salta y Jujuy son regiones más pobres y con menos turistas que las demás. Cuanto más al norte iba, peor eran las condiciones sociales. Decidí recorrer más lugares y ver a qué punto llegaba la alienación humana hacia esa gente. En Jujuy, me compré un billete a La Paz (Bolivia) y, mientras esperaba el horario del micro, saqué unos criollitos de la mochila para quitarme el hambre. Cuando empecé a comérmelos, noté que una niña me miraba de lejos. Era muy seria, tenía rasgos indígenas y parecía estar sola. Le ofrecí mi desayuno y entonces me contó que se llamaba María.
Todo profesor de E/LE se siente familiarizado con los conceptos de sintaxis, morfología, léxico, fonética – y esta lista puede extenderse mucho más. Las clases de lengua extranjera están planificadas según estos contenidos: los profesores hacemos hincapié en unos más que en otros, pero ninguno queda fuera. Sin embargo, volviendo al manual del “qué hacer”, me pregunto cómo mis alumnos actuarán con estos conocimientos que se les transmiten. ¿Qué valor tiene un verbo conjugado adecuadamente cuando se está hablando con María? ¿Es suficiente saber que estación de autobús, terminal de ómnibus, de colectivos o de lo que sea corresponde a rodoviária en portugués? ¿El frame terminal de ómnibus es el mismo para mí y para María? Desde luego que no.
Aprender una lengua extranjera, más que saber traducir, conjugar los verbos y decir los nombres de las cosas, es aprender cómo los hablantes de esta lengua se mueven en sus mundos. Es saber que la pregunta “¿Dónde vas a trabajar?” conlleva una cantidad de experiencias, de sufrimiento y, principalmente, de desigualdad. Es saber que vacaciones también se traduce por trabajo, dependiendo de con quién se está hablando. Es saber que el “ir”, para unos, es suficiente para explicar la función de una terminal de ómnibus, mientras que para otros se trata de un verbo vacío de significado.
Seguí mi viaje porque quería ir a Bolivia, ir al lago Titicaca, ir al Salar de Uyuni, ir a Potosí. Quería, simplemente, ir.

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